De niño eras libre, creativo, feliz, expresabas tus ideas sin miedos, y te sentías capaz de ser cualquier personaje, desde un intrépido pirata hasta una valiente heroína.
¿Y qué fue lo que pasó? ¿Cuándo dejaste de sentirte libre y creativo? ¿En qué momento olvidaste ser el personaje principal de la película de tu vida?
Lo que ocurrió fue que la sociedad comenzó a modelarte en un intento por educarte, aprendiste de tus mayores las normas básicas de educación y civismo necesarias para vivir en sociedad, pero también te condicionaron con respecto a otras muchas ideas y creencias.
La cultura social se encargó de enseñarte: qué cosas se pueden hacer y qué cosas son “imposibles”, qué actividades son más propias de los niños y cuáles lo son de las niñas, que labores o trabajos son importantes y cuales son “trabajos de segunda”, que cosas tienen valor (el valor que les da la sociedad por supuesto) y cuáles no, y un largo etcétera.
Te dijeron que las niñas no pueden ser bomberas, que ser artista no es un trabajo, que las humanidades son disciplinas de segunda, que el trabajo de un banquero tiene más valor que el de un trabajador de ayuda a domicilio para personas mayores, que no puedes ser astronauta o dedicarte a la investigación debes buscar una carrera con salida, que las demás personas te considerarán por tu cargo o posición social, que en este mundo no hay para todos y que por eso has de competir con todo el mundo, desde las notas en el colegio hasta los ceros de tu nómina, y un sinfín de cosas más.
Este condicionamiento social nos afecta de forma muy significativa, aunque no seamos conscientes de ello. Muchas de estas creencias que fueron sembradas en nosotros a muy corta edad y son la causa de que miles de personas se sientan profundamente insatisfechas con respecto a sus vidas.
Algunos problemas de ansiedad, insatisfacción, desesperanza, autoexigencia e incluso depresión, se originan a causa de este tipo de creencias.
De este modo, sacrificamos nuestra felicidad y potencial por condicionamientos impuestos.Y desperdiciamos así lo más valioso que tenemos nuestra vida y nuestro tiempo.
Pero ¿cómo luchar contra lo que has escuchado tantas veces?¿Cómo ser capaz de separarte de todo este condicionamiento y sacar tus propias conclusiones?
El primer paso como ya sabemos es ser conscientes de que este condicionamiento existe, analizando las creencias que aceptamos como verdad, aunque no lo sean y darnos cuenta del peso que tienen en nuestras vidas.
El segundo paso es aprender a desaprender, liberarnos de los condicionamientos y falsas creencias.
Para ello el entrenamiento en la atención plena es de gran utilidad, ya que nos posibilita observar la vida tal cual es y experimentarla por nosotros mismo de un modo genuino. (Si te apetece profundizar acerca de la atención plena puedes hacerlo en este post)
Aprender de nuestro niño interior.
¿Cuánto tiempo hace que no te sientes libre y capaz, como cuando eras un niño o una niña? ¿Desde cuándo no escuchas a tu niño interior?
Esta semana te propongo echar la vista atrás y recordar el niño que un día fuiste. Conectate con él y responde a estas preguntas :
- ¿Recuerdas cómo eras de niño/a?
- ¿A qué te encantaba jugar?
- ¿Qué juegos solías inventarte?
- ¿Cuáles eran las actividades con la que más disfrutabas?
- ¿Qué recuerdos de la infancia guardas en tu memoria con mayor nitidez?
- ¿Qué querías ser de mayor? ¿Por qué?
Gracias a este ejercicio podrás atisbar ciertas características de tu potencial único, conocerte mejor y redescubrir qué cosas te hacen vibrar.
Además, si aún no has descubierto tu propósito vital, el sentido de tu vida o tu mayor pasión, responder a estas cuestiones te será de gran utilidad.
Para realizar te invito a que lleves una libreta de evolución personal donde puedas ir anotando todos tus ejercicios de autoconocimiento o reflexiones acerca de tu desarrollo personal, así como las experiencias más significativas. Yo lo hago y después de muchos años puedo decirte que es una actividad muy positiva y reveladora.
Para finalizar quiero compartir contigo un trocito de mi alma y de este ejercicio que yo en su momento también realicé.
Cuando era pequeña:
Me encantaba jugar a ser investigadora, cogía las hojas de los árboles y las pegaba en una libreta para clasificarlas, debajo de cada una escribía un nombre latín inventado por mí (el nombre y el latín).
Me divertía ir de excursión a la naturaleza y sentarme a escuchar a personas ancianas hablar sobre la vida.
Con 8 años solía reflexionar acerca del origen del universo y sobre que significaba realmente que este fuese infinito (tenía que obligarme a parar de pensar en ello, porque me daba muchísima ansiedad)
Me pasaba el día cantando y a veces también bailando, hasta que me mandaban parar.
Cuando veía una serie de televisión o una película, intentaba adivinar de qué forma seguiría la historia y pensaba en cómo la habrían inventado o creado (ósea, cómo había sido el proceso creativo).
De mayor quería ser monja misionera para ayudar a los niños de África y médico para cambiarle el reloj del corazón a mi madre (su implante de válvula mitral).
Lo creas o no, cada una de estas pequeñas cosas ha determinado quién soy, lo que amo hacer y las inquietudes de mi vida.
Conectarme de nuevo con ellas me fue de gran utilidad en el proceso de descubrir cuál es mi propósito vital.
Si te ha sido útil este post no dejes de compartirlo en las redes sociales, para que más personas puedan conectar con su niño interior
¿No te parece que el mundo sería un lugar maravilloso si todos fuésemos más como los niños?
Un abrazo fuerte de la niña que fui y que aún hoy me encanta ser.